jueves, 19 de marzo de 2009

Beloved, de Toni Morrison.

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El Señor de las Moscas, de William Golding.

Primera parte, presione aquí.
Segunda parte,
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Tercera parte, presione aquí.
Cuarta parte, presione aquí.

Máquina Hamlet, de Heiner Muller, 1977.

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Extracto:

LA EUROPA DE LA MUJER

Enormous room. Ofelia. Su corazón es un reloj.

OFELIA (CORO / HAMLET)

Soy Ofelia. La que no ha guardado el río. La mujer ahorcada La mujer con las venas de las muñecas abiertas La mujer de la sobredosis EN LOS LABIOS NIEVE La mujer con la cabeza metida en el horno de gas. Ayer paré de matarme. Estoy sola con mis pechos mis muslos mi vientre. Destrozo las herramientas de mi cautiverio la silla la mesa la cama. Destruyo el campo de batalla que fue mi hogar. Abro de golpe las puertas para que pueda entrar el viento y el grito del mundo. Hago pedazos la ventana. Con las manos ensangrentadas rasgo las fotografías de los hombres a quienes amé y que me utilizaron en la cama sobre la mesa en la silla en el suelo. Prendo fuego a mi prisión. Arrojo mis ropas al fuego. Desentierro en mi pecho el reloj que fue mi corazón. Salgo a la calle, vestida con mi sangre.

3 SCHERZO

Universidad de los muertos. Cuchicheo y murmullos. Desde sus tumbas (cátedras), los filósofos muertos arrojan sus libros a Hamlet. Galería (ballet) de las muertas. La mujer ahorcada La mujer con las venas de las muñecas abiertas etc. Hamlet las contempla con la actitud de un visitante de museo (espectador de teatro). Las muertas le arrancan la ropa. De un ataúd vertical con la inscripción HAMLET 1 salen Claudio y Ofelia, ésta última vestida y maquillada como una ramera. Estriptís de ofelia.

OFELIA.- ¿Quieres comerte mi corazón, Hamlet? Ríe.

HAMLET.- Tapándose el rostro con las manos.

Quiero ser mujer.

Hamlet se viste con las ropas de Ofelia, Ofelia de pinta una máscara de ramera, Claudio –que ahora es el padre de Hamlet– ríe sin sonido, Ofelia le tira a Hamlet un beso con la mano y con Claudio / el padre de Hamlet se mete de nuevo en el ataúd. Un ángel con el rostro en la nuca: Horacio. Baila con Hamlet.

VOZ (VOCES).- desde el ataúd:

Lo que has matado también debes amarlo.

El baile se torna cada vez más rápido y salvaje. Risas desde el ataúd. Sentada en un columpio la madona con cáncer de mama. Horacio abre un paraguas, abraza a Hamlet. Se crispan en el abrazo tras el paraguas. El cáncer de mama brilla como un sol.


El Conserje, de Harold Pinter.

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Extracto:

Aston.—¡Hummmm!


Davies.—¿Sabe?, estaba pensando que, una vez allí, qui­zá eche un vistazo al estadio, al estadio de Wembley. Para todos los grandes partidos, ¿comprende?, necesitan gente para cuidar del terreno. También podría hacer otra cosa, podría llegarme hasta Kennington Oval. Todos esos gran­des campos de deportes, es de sentido común, necesitan gente para cuidarse del terreno, eso es lo que quieren, lo que piden a gritos. Es cosa que salta a la vista, ¿no? ¡Oh!, lo tengo todo planeado...; eso es..., ¡uh!..., eso es..., eso es lo que voy a hacer. (Pausa.) Si al menos pudiera ir allí.


Aston.—¡Hummmm! (Aston va hacia la puerta.) Bue­no, hasta luego, pues, ¿eh?


Davies.—Sí. Eso es. (Aston sale y cierra la puerta. Da­vies se queda quieto. Espera unos segundos, luego va ha­cia la puerta, la abre, mira al exterior, cierra, se queda en pie de espaldas a la puerta, se vuelve rápidamente, la abre, se asoma al exterior, entra otra vez, cierra la puerta, busca las llaves por el bolsillo, prueba una, prueba la otra, la cierra. Mira por la habitación; entonces se acerca rápi­damente a la cama de Aston, se inclina y saca un par de zapatos. Se saca las sandalias y se calza los zapatos; luego anda de arriba abajo, sacudiendo los pies y balanceando las piernas. Oprime el cuero contra los dedos de sus pies.) No están mal estos zapatos, no están nada mal. Un poco puntiagudos. (Se saca los zapatos y los pone debajo de la cama. Examina el área en que se encuentra la cama de Aston, coge un jarrón y mira en su interior; luego coge una caja y la sacude.) ¡Tornillos! (Ve los botes de pintura colocados en la cabecera de la cama, va hacia ellos y los examina.) Pintura. ¿Qué querrá pintar? (Deja los botes de pintura, va hacia el centro de la habitación, mira hacia el balde del techo y hace una mueca.) Tendré que mirar eso. (Cruza hacia la derecha y coge el farol.) Aquí tiene un montón de cosas. (Toma el Buda y lo mira.) Está lleno. No hay más que ver. (Se queda en pie mirando. Se oye girar una llave en la cerradura de la puerta; muy suave­mente la puerta se abre. Da unos pasos y se da un golpe en el dedo gordo del pie con una caja. Deja escapar un grito, se agarra el dedo y da media vuelta. La puerta tam­bién se cierra, suavemente, pero no del todo. Pone el Buda dentro de uno de los cajones y se frota el dedo.) ¡Uf! Me lo ha hecho polvo. ¡Puñetera caja! (Sus ojos se detienen en el montón de periódicos.) ¿Qué hará con todos esos periódicos? Vaya pila de papeles. (Se acerca a ellos y los toca. El montón amenaza derrumbarse. Lo sostiene.) ¡Quietos! ¡Quietos! (Sostiene el montón y recoge y arregla los pocos que se han caído. La puerta se abre. Entra Mick, se pone la llave en el bolsillo y cierra la puerta silenciosa­mente. Se queda en la puerta y mira a Davies.) ¿Para qué querrá todos estos papeles? (Davies se sube sobre la al­fombra enrollada y se acerca a la maleta azul.) Aquí tiene una sábana y una funda de almohada a punto. (Abre la maleta.) Nada. (Cierra la maleta.) A pesar de todo, he dormido bien. Yo no hago ruidos. (Mira a la ventana.) Podría cerrar esa ventana. Ese saco no va bien. Se lo diré. ¿Qué es eso? (Coge otra maleta e intenta abrirla. Mick se dirige al fondo silenciosamente.) Cerrada. (La deja en el suelo y va hacia el sector anterior del escenario.) Debe de haber algo dentro. (Coge uno de los cajones del armario, registra el contenido; después lo deposita en el suelo. Mick se desliza a través de la habitación. Davies da media vuel­ta; Mick le coge el brazo y se lo retuerce hacia atrás. Da­vies grita.) ¡Uhhhhhh! ¡Uhhhhhhhhh! ¡Qué! ¡Qué! ¡Qué! ¡Uhhhhhhhh! (Mick, ágilmente, le hace caer en el suelo, mientras Davies lucha por librarse, haciendo visajes, quejándose y con los ojos desorbitados. Mick le sujeta el bra­zo, le hace un gesto para que se calle y luego con la otra mano le tapa la boca. Davies se calma. Mick le deja libre. Davies retrocede. Mick con un dedo le hace un signo de advertencia. Luego se agacha para mirar a Davies. Le mira y luego se pone en pie y le mira desde lo alto. Davies se frota el brazo, vigilando a Mick. Mick se vuelve para mi­rar la habitación. Va hacia la cama de Davies y aparta la ropa. Da la vuelta, va hacia el perchero y coge los panta­lones de Davies. Davies empieza a levantarse. Mick le hace sentarse de nuevo en el suelo con el pie y se queda mi­rándole. Finalmente, le quita el pie de encima. Examina los pantalones y los echa hacia atrás. Davies sigue en el sue­lo, encogido. Mick, lentamente, va hacia la silla, se sienta y mira a Davies sin ninguna expresión en su rostro. Si­lencio.)


Mick.—Vamos a ver: ¿qué te traes entre manos?